Erika tenía apenas 11 años. Era pequeña, delgada, algo torpe
y le gustaba el helado de limón. Se hubiera pasado todo el día comiendo helado
de limón. Le gustaba su acidez y a la vez su dulzura, era algo que simplemente
le gustaba. Se dio cuenta que a medida que crecía el helado de limón era lo
único que le quedaba. En la escuela, los deberes se amontonaban y nadie la
hacía caso. En su casa, eso era harina de otro costal.
Vivía en un pequeñito pueblo del norte de España. Un
pueblecito donde los inviernos eran muy fríos y los veranos muy calurosos pero
ella siempre prefería los veranos. Pero no era solamente por los helados, era
por todo el ritual que los rodeaba. Iba a la pequeña tienda del pueblo donde el
tendero le rellenaba el cono y aquella tienda, aquella tienda era simplemente
espectacular. Entre las latas de sardinas y berberechos había barquitos en
botellas. Al lado de la puerta, en la entrada, estaba el queso más grande que
Erika había visto y justo a su lado estaban como varios pescados, secos y llenos
de agujeros que el tendero le dijo que se llamaban: “Congrios”
Era la única tienda del pueblo pero a la niña le bastaba y
le sobraba con ello. Además, aquellos helados de limón eran únicos, su madre se
lo había dicho: “Ese gruñón del Alberto no nos quiere decir cuál es la receta.
Está viudo y no tiene familia. ¿Qué más le importaría” A Erika era algo que le
preocupaba mucho, que aquel rico saber desapareciera. Para ella, lo más
importante era lo que nos hacían sentir las cosas: el sabor del helado, el
fuerte viento que no te dejaba avanzar, los rasguños cuando te caías… Todo,
todo eso era importante. Erika no comprendía aquella tonta idea de medir a una
persona según los títulos o trabajos que tuviera. Si algún día alguien
escribiera una biografía suya, le gustaría que pusieran: “Ella era Erika, le
gustaba el helado de limón y había aprendido a ir en bicicleta aunque le diera
miedo. No le gustaba nada tocar la
piedra mojada pero le encantaba meter las manos en arena seca” Eso eran cosas
realmente importantes en la vida de una persona.
Así que decidió algo, algo que cambió su vida. Un acto
pequeño en una pequeña cabezota. Escribiría en su libreta todo aquello que
querría guardar y de la forma que ella lo quería guardar. Empezó escribiendo por muchas cosas pero
había algo, una intuición que le decía que tenía que escribir sobre esa tienda
y hay intuiciones que no debemos dejar escapar.