martes, 18 de mayo de 2010

Una idea

El palacio es de un cristal tintado de un suave color dorado. Se erige en mitad de la nada. Sus amplios ventanales, sus puertas de una recia madera, fortifican el sitio. Nadie ha entrado nunca allí. Muchos lo han intentado pero si alguien ha cruzado las misteriosas puertas no queda nadie para contarlo. La curiosidad que despierta es proporcional a esa aura que le envuelve de mortandad y desesperanza.
Todas las mañanas ocurre.
En mitad de la inmensa pared, con letras diminutas y de un color negro aparecen. Son tan solo cuatro personas que mañana morirán. Quizás el termino morir es demasiado impreciso. De aquí al atardecer desaparecerán y dejarán de existir.
¿Me quieres?
La conducta humana es irracional e impredecible. Todas las ciencias humanas tienen el mismo problema, intentar cuantificar unos datos que no son cuantificables. ¿Cuántas cosas se han perdido en los extremos? Muchísimas. Razón y sentimientos es algo que deben cohabitar. Es así de sencillo. Tal vez el mayor problema sea la tendencia de las personas a obsesionarse, a ver un objetivo ideal que se persigue a toda costa. El fin justifica los medios. Se huye muchas veces de las resabidas palabras de Maquiavelo pero la realidad actual es que vivimos en un mundo de fines tangibles. No es raro todo esto. En una sociedad de imperante conductismo todos buscan su premio, su beneficio cambiando sus estímulos y sus respuestas. ¿Es una versión muy negra de la humanidad? Tampoco me pregunto sobre eso, solo me mantengo callado y anoto reflexiones incoherentes.
Escribo mucho sobre ella, sobre Estrella. Es una gitana que vende calcetines por dos euros el par en el tenderete de los martes. Anda con zapatos para que no le digan nada pero adora sentir el asfalto rugoso en sus plantas, la tierra y la gravilla del camino… No tiene miedo a clavarse un cristal, da saltos rítmicos y los evita. Es como una danza, paso a paso elabora un mundo detrás de sí. Es la esperanza.

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